martes, 3 de agosto de 2010

El fin de los Cebolleros, parte 1


Primero que todo, para quien lea y no sepa, un cebollero era un bus, enorme, de modelos entre los años 50 y 60, que empezaron a popularizarse en los 70 y que aún seguían funcionando en estos tiempos modernos del 2010. Eran mucho más económicos que otros buses, incluyendo el Transmilenio, ya que un viaje podría estar desde los 900 pesos en adelante, sobretodo en horas pico. Pero, junto a esta aparente ventaja, había un mundo de desventajas y situaciones que lo convertían en la última opción, el bus que uno cogía cuando no tenía para transportes algo más cómodos.

Primero que todo, el aspecto del bus. Es un bus viejo, destartalado, con latas peladas y oxidadas, llantas lisas, y las partes que aún llevan pintura son de todos los colores, según la empresa transportadora. Algunos tenían una pequeña ventanita sobre la del conductor, donde ponían la ruta, que se cambiaba con alguna perilla en la cabina del conductor. Y junto a esta, o en su lugar, se ponían en la "ventana del copiloto": una lámina de triplex pintada con colores chillones, que daba cuenta de los principales sitios por donde pasaba este folclórico transporte.

Entonces, volvemos a la calle: Imagine usted que está en la calle 100 con 15, bajo una lluvia torrencial, son las 6 pm y como usted, hay mil y un personas esperando transporte. Imagine que usted vive en Venecia, en la calle 68 con Autopista Sur. Y bajo la lluvia, las luces delanteras de los afortunados con carro propio lo deslumbran y le impiden ver buses algo más contemporáneos,
que cubren la ruta que lo necesita. Imagine que pasa un taxista a toda mecha, y usted, que por andar viendo si llegaba la buseta, se paró demasiado en el centro de un gran charco causado por una alcantarilla tapada. Imagine cómo lo lavan de pies a cabeza en esa agua llena de todo el mugre que pueda haber en esta ciudad, y el traje queda para despacho inmediato para la lavandería. Usted recuerda cariñosamente a la madre del taxista por unos minutos, hasta que ve aquella combinación de colores que lo llena de ánimo, pero que a la vez lo desanima: Pte Venecia/Directo 68, un cebollero modelo 70, y cuyo interior es un misterio insondable pero previsible: va hasta las tejas. Desesperad@, extiende usted la mano para hacer que el bus se detenga.

Entonces, pasamos al abordaje. Si, al estilo pirata, esa ruta no solo le sirve a usted, le sirve a la mitad de las personas que están paradas a su lado, a la caza de transporte público. Hombres y
mujeres pasan del orden al caos, se abalanzan sobre las dos puertas del cebollero. Si, las dos, el conductor, a quien analizaremos más adelante, abre tanto la puerta de entrada como de salida, para que entre el mayor número de personas posible.

Aquí no existe caballerosidad, urbanidad, ni demás sinónimos. Los hombres saltan sobre la puerta, las mujeres, muchas en falda, tienen que dar saltitos para subir a la buseta. algunos afortunados logran llegar al pasillo, otros quedan en las puertas. Y este es el sitio más peligroso donde pudiera quedar uno: los conductores rara vez cierran la puerta, para absorber como si fueran aspiradoras a cualquier pasajero que se vea en la necesidad de llegar pronto a casa.

Bueno, hemos subido al bus. Pobres aquellos que quedaron fuera del aparato, tendrán que enfrentarse en otro combate cuando llegue el proximo. Pero pobres de aquellos que lograron subir.

Quedamos en la máquina registradora, un aparato al estilo de los que se ven en los parques de diversiones (los viejos) para regular la entrada de personas, y llevar una cuenta. Muchos acceden
al pasillo, algunos pagan con el dinero exacto, otros entregan billetes grandes y se quedan esperando las vueltas. Una mujer, que tras la registradora dedica por lo menos 5 minutos a buscar el pasaje dentro de su bolso (tema que tocaremos otro día, es un microuniverso) entrega al atareado chofer un billete de 20.000. La respuesta del conductor, es siempre, o casi siempre la misma: espere un momento y ya le doy las vueltas. La mujer se ubica en un rincón, cerca de la cabina del conductor, a la espera. Otros, que ya recibieron el cambio, lo verifican, el tráfico de billetes falsos en un bus es el más grande que pueda haber. Una viejecita dice al conductor, tras mirar y remirar su billete de 5.000: señor, me lo puede cambiar? El conductor, bien puede despacharse con groserías a la anciana, bien puede recibir huraño el billete y cambiarlo por otro menos dudoso.

Entonces, sacamos el dinero que habíamos alistado previamente, y lo dejamos en la cazoleta del dinero. Y es aquí cuando hacemos una pausa y analizamos la cabina del conductor.

Una cabina de conductor es un recinto variable, tanto como conductores y buses haya en el mundo. las hay básicas, como la de la foto.
Hay otras, llenas de colores, con imágenes de la Virgen del Carmen, el Niño Jesús del 20 de Julio, emblemas del equipo favorito del chofer, tigres, caballos, aves, perros, personajes de Disney, de la Warner, oraciones, el nombre de los hijos del conductor, dibujos desde inocentes hasta otros subidos de tono, en todas las combinaciones posibles. La barra de cambios va forrada en terciopelo o tiene la forma de un peluche, por lo
general un perro sentado. Sobre el motor va una cajita donde clasifica las monedas que recibe, y un gancho para los billetes. En el techo, puede ir desde el simple metal hasta forros de cuero acolchado, cajitas de pañuelos, luces, aromatizantes (uno popular era uno llamado "La Chica Fresita", no tiene que ver con Strawberry Shortcake, sino que es una hoja con un dibujo de una mujer rodeada de fresas, y que se supone debe dar ese olor a la cabina. Hay pequeños equipos de luces que se encienden cada vez que el bus frena, hay vitrinas con carritos de colección e imágenes de santos (la Virgen del Carmen y el Divino Niño, los más populares entre los conductores). Les debo una foto de una cabina de este estilo, hay que verlas.

Y bueno, muchas de estas cabinas van encerradas por paredes de vidrio y contrachapado, dejando como único contacto con el conductor un vidrio con huequecillos redondos y una cazoleta donde se deja el dinero del pasaje. Los robos en estos buses son pan de cada día, y los conductores poco a poco se han blindado para evitar perder el producido o la vida.

Y ahora pasamos al personaje rey de este gabinete: el chofer. Lo hay de todo tipo, desde algunos pocos civilizados y educados, hasta los ñeros a los que no se les discute, so pena de resultar muy herido. Los hay de todos los calibres, desde el delgado hasta el orgulloso propietario de una barriga alimentada por el sedentarismo de su profesión y la cerveza; los hay con todas las vestimentas, desde los pulcros y uniformados hasta aquellos que van con camiseta de manga sisa, pantalón viejo y roto, cubiertos de grasa, sudor y mugre, exhibiendo descaradamente una axila que por simple decoro no describiré pero que todos podemos suponer. Los hay bien hablados, los hay malhablados; los hay que conducen con suavidad, los hay que conducen como si con ello se desquitaran del mundo por ser injusto. Los hay que respetan las normas de tránsito, y los hay que coleccionan partes y multas como si fueran las láminas del album del mundial. Los hay que reunen las primeras características de cada frase, son los más escasos; los hay que reunen solo las segundas, el arquetipo de chofer de cebollero. y en nuestro delicioso supuesto, a usted en su bus le tocó uno de los últimos. Uno de los que oye vallenato o reggaeton a todo volumen, moleste a quien moleste.

Y bueno, el hombre le ha dado rápidamente las vueltas. Hay que reconocer que estas personas tan particulares tiene una habilidad bastante extraña: son capaces de conducir un bus, parar a recoger pasajeros, abrir la puerta trasera para que baje alguien, recibir pasajes, dar vueltas, decir a la mujer que entregó el billete de 20.000 que espere que no le alcanza para devolverle sin quedarse sin sencillo, cambiarle el billete a la viejecita que dudó de su autenticidad, esquivar la mirada de policías de tránsito, y cambiar de emisora; todo a la vez. Muchos no pueden con todo y suelen tener ayudantes que se encargan del dinero, pero en este caso, toco un habilísimo hombre orquesta al volante. Yo no podría hacer tantas cosas juntas, me enloquecería.

Pero bueno, volvamos al viaje. Recibe usted sus vueltas, pero no puede pasar más allá de la registradora: el bus, como sabíamos que sucedería, viene lleno. Hasta las tejas.

(La segunda mitad, más tarde)



1 comentario:

  1. Jjajajajjajajaja que chistoso!! , como me reí, dale, NO pudiste hacer una descripción mejor del panorama, las cabinas de los buses son universos, y adicional, aunque lo describiste hay varios aspectos que me gustaría agregar, el porqué les llaman cebolleros por ejemplo, ese aroma que ni la chica fresita puede quitar, la presencia del el shofer de montaña rusa, aquel que uno por 900 pesos paga viaje y parque de diversión (un deporte extremo) hace millones de giros y donde uno, literalmente, esta agarrado de la barra. Y de los ayudantes del chofer están desde los hijos pequeños, hasta un chino cualquiera, hasta la moza del momento, y que me dices de “la entretención cebollera”.... pero bueno, supongo que de eso ya hablaras... muero por la continuación, está muy bueno el articulo.

    ResponderEliminar