miércoles, 4 de agosto de 2010

El fin de los Cebolleros, parte 2

Ayer nos quedamos en que habíamos quedado atrapados entre el pasillo y la máquina registradora, en esa mezcla de transporte público, orgipiñata y deporte extremo que es montar en un bus cebollero. Repasabamos el aspecto del bus, ese universo que es la cabina del conductor, y al conductor mismo. Hoy continuaremos con la otra mitad de esta aventura: el viaje propiamente dicho.

Y entonces, quedamos entre la registradora y el pasillo. Las sillas van todas ocupadas, del techo
cuelgan tres barras metálicas fijas, y en toda
s se observan manos agarradas con desespero, como si estar ahi colgados representara la
diferencia entre la vida y la muerte. Y se aproxima bastante.

El bus ha arrancado. Es fácil saberlo: un segundo
uno está parado, en una posición estable. Y al segundo siguiente una fuerza impresionante, invisible, lo empuja contra las personas en el pasillo, y a los que van sentados los pega contra su asiento. El instinto es mandar la mano a lo que sea con tal de no caerse, así que uno manda la
mano a la registradora. Otros la mandan a una de las barras que delimitan la entrada y sirven como asidero para la primera silla de la fila al lado de la puerta, pero esta barra esta suelta y uno se queda con ella en la mano. Afortunadamente, el bus va tan lleno que la simple presión del rebaño humano
allí hacinado evita que cualquiera se caiga. Tambien dificulta el movimiento y
convierte la llegada a la puerta trasera en una aventura, pero no se puede tener una ventaja son sus desventajas.

El conductor ya puso el siguiente cambio, así que el movimiento es algo más controlado. Los racimos de humanos que penden de las barras del techo se mueven acompasadamente con los movimientos del bus para esquivar autos más pequeños y otros buses. Es en momentos como
ese en que uno sueña con el día en que tenga carro propio, y el momento en que aquellos atrapados en el estribo del bus sueñan con que se bajan algunas personas y ellos pueden quedar en la seguridad del interior del bus. Es común ver en horas pico estos buses con gente colgando de ambas puertas, aferrados con todas sus fuerzas a las varillas, manijas y cualquier saliente que evite que se caigan.

Otra persona en la calle levanta su mano, hace la señal de parada al cebollero. El chofer, ni corto ni perezoso, y a pesar de ir a 70 kph en el carril de la izquierda, frena en seco y se aorilla, cerrando a un Renault Twingo que iba en el carril de la mitad. El resultado es lógico: los pasajeros se agolpan todos hacia adelante, y aquellos que están al lado de la registradora (uno, entre tantos) reciben y amortiguan el peso de todos los demás pasajeros que van de pie. Aquellos que iban sentados dependen de sus reflejos, ya que los respaldos de las sillas bien pueden romperle
los dientes a uno en tales frenadas. Los gritos no se hacen esperar: "Oiga, no lleva marranos",
"Le salió el pase en un tamal o que" "busetero tenía que ser". Cuando los que van de pie se dan cuenta de que esa parada es para recoger pasajeros, y que estos están determinados a subir,
nace otra serie de gritos: "Echele segundo piso" "¿no ve que no cabe nadie más?" "Ya no más". El chofer, responde (porque todos los choferes responden siempre lo mismo) "colabórenme corriendose, en el fondo hay espacio, sigan por el pasillo". Las respuestas de las sardinas
humanas es fuerte, muchas incluyen groserías. El chofer simplemente las ignora y vuelve a arrancar, de nuevo el impulso que empuja a todos los que van de pie contra el fondo del bus. Esto se repite tantas veces como sea necesario para que el conductor cuadre caja mentalmente,
entienda que ya no cabe nadie más, y el interior del bus quede con el aire mínimo para respirar.

El aire. ¿Se puede no pensar en un cebollero sin la razón de su nombre? Por algún extraño
motivo, el bogotano tiene una horrible costumbre. Jamás abren las ventanas del bus, por más calor que haga, por más que los olores se mezclen hasta convertirse en una peste indescriptible, por más que los que van de pie se asfixien. Por más que un niño se maree y vomite las onces. No se conocen las razones de esta conducta, pero afortunadamente hay algunos que piensan en la salubridad y abren las ventanas; jóvenes en su mayoría. La gente se queja de que un bus lleno es fuente de gripas, de malos olores, de enfermedades, pero no permiten que el aire salga y se renueve. El bogotano ni raja ni presta el hacha.

Miramos el reloj. son las 7, y el bus va cerca de la 68 con 80. ¡Oh trancones, oh accidentes, oh
universo que te conjuras para retrasar más el fin de este tormento! Porque siempre hay algun accidente, una estrellada menor, y el chofer, como todos los que lo preceden y los que le siguen
por la avenida, aminoran la marcha, no se quieren perder detalle.

-El mazda gris le pegó desde atrás al kia azul.
-Pero como no le va a pegar, es el carril rápido y la conductora se iba maquillando...
-(voz de mujer) Pero el que pega por detrás es el que tiene la culpa, además, iba hablando por
celular.
-¿Cómo sabe?
-Tiene el manos libres puesto, y así se tenga manos libres está prohibido manejar y hablar por
celular
-Eso no es cierto
-Que si lo es....

El morbo del colombiano hace que la gente se abalance hacia las ventanas del lado del accidente cuando el bus a una velocidad de 5 kph finalmente alcanza el lugar. Unos pocos permanecen en
su lugar, ya sea por falta de interés o porque simplemente no pueden asomarse. El público dedica unos minutos a contemplar la estrellada y la discusión de los conductores, y luego el chofer acelera para recuperar el tiempo perdido. El trancón no era causado tanto por el accidente, como por los curiosos que en ambos sentidos aminoran la marcha para ver cómo un mazda gris le arrugó la defensa a un kia azul.

Un par de personas se levantan, se van a bajar. Bajarse es todo un reto, el pasillo está tan lleno,
que intentar atravesarlo es casi imposible. Pero hay que hacerlo. Una de estas personas va sobre el pasillo, se levanta y deja espacio a otra, y empieza a atravesar la masa. Es imposible no
tocar indecorosamente a las mujeres, y no verse tocado a su vez, el espacio que hay es realmente
mínimo. Es un estudiante, así que la maleta llena de libros genera más dificultades. Lo mejor que puede hacer es levantarla y llevarla en una sola
mano por encima de las cabezas de los demás, e iniciar su marcha varias cuadras antes de su destino. La otra persona que se levanta es una mujer, en uniforme de trabajo. Sus medias veladas están rotas, cortesía de un borde filoso levantado en el asiento. Estos asientos de metal, con una capa de pintura como cojines, son una trampa mortal para las prendas delicadas. Ella levanta su bolso y empieza a salir, usando cualquier espacio disponible. Un hombre de mediana edad aprovecha para mandarle la mano al trasero, pero ella no se da cuenta, tanta gente, es difícil saber quién toca qué.

Finalmente ambos llegan a la puerta. junto a ellos, algunos pasajeros que van de pie se preparan,
también se bajan en este barrio. Ella timbra, pero el bus, que iba a 70 kph por el carril izquierdo, en vez de frenar acelera. El chofer busca pasar el semáforo, que acaba de cambiar a amarillo. El bus se aleja, y un hombre grita: "Oiga, ¿es que me va a llevar hasta la casa de su madre?" El chofer aminora la marcha y se detiene a dos cuadras del semáforo, y a cinco de donde se tenía que bajar el hombre que gritó. La puerta se abre, baja gente que abre camino a los que se
quedan, y luego vuelven a subir. De paso, se suben dos pasajeros más, que hacen llegar el valor del pasaje de mano en mano hacia el conductor.

Esta escena se repite varias veces más. En una parada sube una mujer embarazada, que lleva en brazos una niña y colgada del hombro una pañalera, nadie le cede la silla, nadie le deja acomodarse. aquí impera la ley del más fuerte.
Finalmente, en la 68 con américas, se baja una buena
cantidad de pasajeros, y la embarazada se sienta. No es mucho alivio, se baja en el siguiente semáforo. Y cuando ella baja, sube un vendedor.

Los vendedores son parte del paisaje urbano, no conozco a nadie que nunca haya escuchado la siguiente frase: "Buenas noches damas y caballeros, disculpen que venga a robarles uno o dos minuticos de su apreciado tiempo. En esta ocasión vengo a (inserte actividad aquí)". Lo que ofrecen es variado: CD's, folletos, libros para colorear, colores, lápices, esferos, dulces, tarjetitas con dedicatoria, paños de agujas, todo lo que pueda venderse se puede conseguir en un bus. Hay algunos que son músicos, y los hay de todas las calidades: desde los raperos hasta los
músicos andinos, algunos más afinados, otros no tanto. Y hay otros que simplemente suben a pedir limosna: enfermedades, el amigo en el hospital, la cuñada que acaba de dar a luz y no tienen para los pañales, el desplazado....No digo que sea todo mentira, hay casos en que son reales, pero hay algunos que cogen la mendicidad como forma de trabajo. Entonces la cuñada sigue dando a luz, el desplazado sigue reuniendo para devolverse. Uno aprende a diferenciarlos, y en ocasiones, uno puede subirse a un bus y volver a ver a una de estas personas, que sigue reuniendo para el amigo en el hospital al que estan operando de urgencia desde hace un mes. Y eso, por no hablar de los drogadictos rehabilitados, o aquellos que se suben pidiendo dinero para
comer, pero que en su actitud y sus ojos se descubre que pide para comprar droga. En este caso, sube un vendedor de galletas, que desafía con sus
pulmones el alto volumen de la emisora del chofer; algunos compran, otros no. Viaja unas cuadras más en el bus y se baja.

Hay veces que se suben uno tras de otro, pero para este ejemplo lo dejaremos en un vendedor. Y revisaremos la música que se oye en un bus cebollero.

Por lo general, se oyen los siguientes géneros: Reggaeton, vallenato, rancheras/crossover y emisoras cristianas. No tengo nada contra estos generos musicales, es más, hay rancheras que me gustan con todo y que en mis venas corre metal en vez de sangre, pero no hay nada peor que subir a un bus y no escuchar ni lo que uno piensa, sentir que el oído se inunda con Don Omar. Cuando el chofer es cristiano, uno tiene que oir durante todo el viaje a un pastor predicando radialmente que Dios es Amor, pero que aquellos que no se conviertan van a ir a dar al infierno. En estos buses, las calcomanías no son de mujeres desnudas ni del conejo de playboy, sino de versículos de la biblia. Hay raras ocasiones en que el chofer oye musica de plancha, o romántica, o
Melodía Stereo, en contadas veces me he subido a buses donde se oye Radioactiva. Aún recuerdo cuando me subi a una buseta y el chofer iba oyendo Rammstein, fue una experiencia auditiva bastante curiosa. Pero volviendo a nuestro supuesto, en la emisora está Oxigeno, emisora especializada en el género que esté de moda, y por ahora es el turno del reggaeton.

Pero bueno, estamos llegando al feliz desenlace. Tras sortear una serie de trancones, el bus ha cruzado la primera de mayo. En las manos, va una galleta. Hace dos cuadras se desocupo una silla, y al fin nos sentamos. una pulga sube a nuestro traje subrepticiamente, pero no la vemos, estamos mirando por la ventana. Y luego revisamos el reloj, son las 8 de la noche. La mujer que al principio pago con el billete de 20.000 se levanta a reclamar sus vueltas, y usted por ese instinto de supervivencia revisa el bolsillo de su traje donde guardo las vueltas de su billete, en el bolsillo del pantalón. No encuentra más que la tela: le atracaron. Algún manos de seda se esmeró en ingresar a su bolsillo y llevarse como recuerdo el dinero de las vueltas. Inmediatamente revisa el bolsillo interno del saco, afortunadamente el celular sigue ahí. La billetera va en el maletín, está en su sitio. Su mente hierve de rabia e indignación, y la música estridente no ayuda a calmarlo. Lo robaron, que se le hace. El universo no podía dejarlo ir indemne.

Allí esta, el local de Alfa, antes del Puente de Venecia. usted se levanta y sortea a unos cuantos pasajeros, y llega no sin algo de dificultad a la puerta, el chofer estuvo recogiendo pasajeros otra vez. Las 8 y 20. Timbra, y el bus se detiene justo donde usted lo necesita. No por consideración a sus desgracias, sino porque en la bomba de gasolina de la 68 con autopista hay una multitud de gente que se va a subir, a iniciar su padecimiento. El bus no lleva más de la mitad de su recorrido.
La puerta se abre y usted, rápido como una gacela, baja de un salto por la puerta. La dama del billete se baja, usted como un caballero recuerda que debe ayudarla a bajar. Detras viene la viejita que pidió que cambiaran el billete de 5000, ella pone un pie en el suelo y el chofer arranca con brusquedad, y la anciana va a parar a sus brazos doloridos. La gente le grita: "Oiga infame, ¿es que la va a matar?", pero el chofer sigue como si nada, blindado por su cabina, su emisora y su velocidad. Un Policía de Transito ve la escena, pero no se mueve. La anciana se disculpa y le dice, a manera de colofón: "Busetero tenía que ser el indio ese". Usted se despide, y emprende la caminata de 2 cuadras a la casa.

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Se supone que con la implementación del Sistema Integrado de transporte, que incluirá Metro (si es que alguna vez se construye), Transmilenio (si es que le siguen invirtiendo), y Tren de Cercanías (si es que se implementa) estas escenas no serán más que parte de anecdotas del pasado. Pero viendo como va Transmilenio, sería acertado pensar que esto se volverá a vivir, con la única diferencia de que las paradas no serán donde la santa madrecita del conductor, sino en estaciones programadas. Sin música, pero con el mismo manoseo, incomodidad e incultura de esta escena capitalina que acabo de pintar. Tal como pasó con los buses ejecutivos, con las busetas, los microbuses, y demás intentos de transporte urbano capitalino.

3 comentarios:

  1. Viva Rako!... Esta BUENISIMO!!, fue perfecto, es que no te falto ni la coma jajajaj.

    Bueno y el busetero que escuchaba Ramstein, era el hijo del busetero, ni creas, uno no se puede hacer esperanzas....

    A mi una vez al bajarme de la buseta, se me rompio un jeam por uno de las sillas de metal con puñal que llevan esas cosas.

    Te falto poner el tipico cristiano, que no pide plata (bueno los adictos recuperados siempre son cristianos), pero en alguna oportunidad me tocó uno que pagó su pasaje y nos hizo sermon todo el camino...

    !Aleluya hermano!!

    Y en otra oportunidad entraron a cantar con un aparato que les hacia las pistas... que cosas.

    Espero que pronto escribas otra cosa. :)

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  2. Excelente! me siento conmovedoramente identificado con este texto. Durante el tiempo que estuve en Bogotá tuve la experiencia única de tomar un bus popular (uno en dirección a Bosa, para ser más específico) a las 6 de la tarde, es algo especial.

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  3. Demonios! Yo vivo en Nicaragua, paso mucho de mi vida en la capital (Managua), y jamás me imaginé que lo mismo que uno vive en el transporte público de esa ciudad, sucediera tan pero tan calcado en un país como Colombia. Creo que la única diferencia es que los buses de aquí no son exactamente "cebolleros", sino que son viejos buses de escuela primaria gringos, cuyas vidas útiles acabaron varios de ellos desde antes que yo naciera. Esto es Latinoamérica!

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