miércoles, 4 de agosto de 2010

El fin de los Cebolleros, parte 2

Ayer nos quedamos en que habíamos quedado atrapados entre el pasillo y la máquina registradora, en esa mezcla de transporte público, orgipiñata y deporte extremo que es montar en un bus cebollero. Repasabamos el aspecto del bus, ese universo que es la cabina del conductor, y al conductor mismo. Hoy continuaremos con la otra mitad de esta aventura: el viaje propiamente dicho.

Y entonces, quedamos entre la registradora y el pasillo. Las sillas van todas ocupadas, del techo
cuelgan tres barras metálicas fijas, y en toda
s se observan manos agarradas con desespero, como si estar ahi colgados representara la
diferencia entre la vida y la muerte. Y se aproxima bastante.

El bus ha arrancado. Es fácil saberlo: un segundo
uno está parado, en una posición estable. Y al segundo siguiente una fuerza impresionante, invisible, lo empuja contra las personas en el pasillo, y a los que van sentados los pega contra su asiento. El instinto es mandar la mano a lo que sea con tal de no caerse, así que uno manda la
mano a la registradora. Otros la mandan a una de las barras que delimitan la entrada y sirven como asidero para la primera silla de la fila al lado de la puerta, pero esta barra esta suelta y uno se queda con ella en la mano. Afortunadamente, el bus va tan lleno que la simple presión del rebaño humano
allí hacinado evita que cualquiera se caiga. Tambien dificulta el movimiento y
convierte la llegada a la puerta trasera en una aventura, pero no se puede tener una ventaja son sus desventajas.

El conductor ya puso el siguiente cambio, así que el movimiento es algo más controlado. Los racimos de humanos que penden de las barras del techo se mueven acompasadamente con los movimientos del bus para esquivar autos más pequeños y otros buses. Es en momentos como
ese en que uno sueña con el día en que tenga carro propio, y el momento en que aquellos atrapados en el estribo del bus sueñan con que se bajan algunas personas y ellos pueden quedar en la seguridad del interior del bus. Es común ver en horas pico estos buses con gente colgando de ambas puertas, aferrados con todas sus fuerzas a las varillas, manijas y cualquier saliente que evite que se caigan.

Otra persona en la calle levanta su mano, hace la señal de parada al cebollero. El chofer, ni corto ni perezoso, y a pesar de ir a 70 kph en el carril de la izquierda, frena en seco y se aorilla, cerrando a un Renault Twingo que iba en el carril de la mitad. El resultado es lógico: los pasajeros se agolpan todos hacia adelante, y aquellos que están al lado de la registradora (uno, entre tantos) reciben y amortiguan el peso de todos los demás pasajeros que van de pie. Aquellos que iban sentados dependen de sus reflejos, ya que los respaldos de las sillas bien pueden romperle
los dientes a uno en tales frenadas. Los gritos no se hacen esperar: "Oiga, no lleva marranos",
"Le salió el pase en un tamal o que" "busetero tenía que ser". Cuando los que van de pie se dan cuenta de que esa parada es para recoger pasajeros, y que estos están determinados a subir,
nace otra serie de gritos: "Echele segundo piso" "¿no ve que no cabe nadie más?" "Ya no más". El chofer, responde (porque todos los choferes responden siempre lo mismo) "colabórenme corriendose, en el fondo hay espacio, sigan por el pasillo". Las respuestas de las sardinas
humanas es fuerte, muchas incluyen groserías. El chofer simplemente las ignora y vuelve a arrancar, de nuevo el impulso que empuja a todos los que van de pie contra el fondo del bus. Esto se repite tantas veces como sea necesario para que el conductor cuadre caja mentalmente,
entienda que ya no cabe nadie más, y el interior del bus quede con el aire mínimo para respirar.

El aire. ¿Se puede no pensar en un cebollero sin la razón de su nombre? Por algún extraño
motivo, el bogotano tiene una horrible costumbre. Jamás abren las ventanas del bus, por más calor que haga, por más que los olores se mezclen hasta convertirse en una peste indescriptible, por más que los que van de pie se asfixien. Por más que un niño se maree y vomite las onces. No se conocen las razones de esta conducta, pero afortunadamente hay algunos que piensan en la salubridad y abren las ventanas; jóvenes en su mayoría. La gente se queja de que un bus lleno es fuente de gripas, de malos olores, de enfermedades, pero no permiten que el aire salga y se renueve. El bogotano ni raja ni presta el hacha.

Miramos el reloj. son las 7, y el bus va cerca de la 68 con 80. ¡Oh trancones, oh accidentes, oh
universo que te conjuras para retrasar más el fin de este tormento! Porque siempre hay algun accidente, una estrellada menor, y el chofer, como todos los que lo preceden y los que le siguen
por la avenida, aminoran la marcha, no se quieren perder detalle.

-El mazda gris le pegó desde atrás al kia azul.
-Pero como no le va a pegar, es el carril rápido y la conductora se iba maquillando...
-(voz de mujer) Pero el que pega por detrás es el que tiene la culpa, además, iba hablando por
celular.
-¿Cómo sabe?
-Tiene el manos libres puesto, y así se tenga manos libres está prohibido manejar y hablar por
celular
-Eso no es cierto
-Que si lo es....

El morbo del colombiano hace que la gente se abalance hacia las ventanas del lado del accidente cuando el bus a una velocidad de 5 kph finalmente alcanza el lugar. Unos pocos permanecen en
su lugar, ya sea por falta de interés o porque simplemente no pueden asomarse. El público dedica unos minutos a contemplar la estrellada y la discusión de los conductores, y luego el chofer acelera para recuperar el tiempo perdido. El trancón no era causado tanto por el accidente, como por los curiosos que en ambos sentidos aminoran la marcha para ver cómo un mazda gris le arrugó la defensa a un kia azul.

Un par de personas se levantan, se van a bajar. Bajarse es todo un reto, el pasillo está tan lleno,
que intentar atravesarlo es casi imposible. Pero hay que hacerlo. Una de estas personas va sobre el pasillo, se levanta y deja espacio a otra, y empieza a atravesar la masa. Es imposible no
tocar indecorosamente a las mujeres, y no verse tocado a su vez, el espacio que hay es realmente
mínimo. Es un estudiante, así que la maleta llena de libros genera más dificultades. Lo mejor que puede hacer es levantarla y llevarla en una sola
mano por encima de las cabezas de los demás, e iniciar su marcha varias cuadras antes de su destino. La otra persona que se levanta es una mujer, en uniforme de trabajo. Sus medias veladas están rotas, cortesía de un borde filoso levantado en el asiento. Estos asientos de metal, con una capa de pintura como cojines, son una trampa mortal para las prendas delicadas. Ella levanta su bolso y empieza a salir, usando cualquier espacio disponible. Un hombre de mediana edad aprovecha para mandarle la mano al trasero, pero ella no se da cuenta, tanta gente, es difícil saber quién toca qué.

Finalmente ambos llegan a la puerta. junto a ellos, algunos pasajeros que van de pie se preparan,
también se bajan en este barrio. Ella timbra, pero el bus, que iba a 70 kph por el carril izquierdo, en vez de frenar acelera. El chofer busca pasar el semáforo, que acaba de cambiar a amarillo. El bus se aleja, y un hombre grita: "Oiga, ¿es que me va a llevar hasta la casa de su madre?" El chofer aminora la marcha y se detiene a dos cuadras del semáforo, y a cinco de donde se tenía que bajar el hombre que gritó. La puerta se abre, baja gente que abre camino a los que se
quedan, y luego vuelven a subir. De paso, se suben dos pasajeros más, que hacen llegar el valor del pasaje de mano en mano hacia el conductor.

Esta escena se repite varias veces más. En una parada sube una mujer embarazada, que lleva en brazos una niña y colgada del hombro una pañalera, nadie le cede la silla, nadie le deja acomodarse. aquí impera la ley del más fuerte.
Finalmente, en la 68 con américas, se baja una buena
cantidad de pasajeros, y la embarazada se sienta. No es mucho alivio, se baja en el siguiente semáforo. Y cuando ella baja, sube un vendedor.

Los vendedores son parte del paisaje urbano, no conozco a nadie que nunca haya escuchado la siguiente frase: "Buenas noches damas y caballeros, disculpen que venga a robarles uno o dos minuticos de su apreciado tiempo. En esta ocasión vengo a (inserte actividad aquí)". Lo que ofrecen es variado: CD's, folletos, libros para colorear, colores, lápices, esferos, dulces, tarjetitas con dedicatoria, paños de agujas, todo lo que pueda venderse se puede conseguir en un bus. Hay algunos que son músicos, y los hay de todas las calidades: desde los raperos hasta los
músicos andinos, algunos más afinados, otros no tanto. Y hay otros que simplemente suben a pedir limosna: enfermedades, el amigo en el hospital, la cuñada que acaba de dar a luz y no tienen para los pañales, el desplazado....No digo que sea todo mentira, hay casos en que son reales, pero hay algunos que cogen la mendicidad como forma de trabajo. Entonces la cuñada sigue dando a luz, el desplazado sigue reuniendo para devolverse. Uno aprende a diferenciarlos, y en ocasiones, uno puede subirse a un bus y volver a ver a una de estas personas, que sigue reuniendo para el amigo en el hospital al que estan operando de urgencia desde hace un mes. Y eso, por no hablar de los drogadictos rehabilitados, o aquellos que se suben pidiendo dinero para
comer, pero que en su actitud y sus ojos se descubre que pide para comprar droga. En este caso, sube un vendedor de galletas, que desafía con sus
pulmones el alto volumen de la emisora del chofer; algunos compran, otros no. Viaja unas cuadras más en el bus y se baja.

Hay veces que se suben uno tras de otro, pero para este ejemplo lo dejaremos en un vendedor. Y revisaremos la música que se oye en un bus cebollero.

Por lo general, se oyen los siguientes géneros: Reggaeton, vallenato, rancheras/crossover y emisoras cristianas. No tengo nada contra estos generos musicales, es más, hay rancheras que me gustan con todo y que en mis venas corre metal en vez de sangre, pero no hay nada peor que subir a un bus y no escuchar ni lo que uno piensa, sentir que el oído se inunda con Don Omar. Cuando el chofer es cristiano, uno tiene que oir durante todo el viaje a un pastor predicando radialmente que Dios es Amor, pero que aquellos que no se conviertan van a ir a dar al infierno. En estos buses, las calcomanías no son de mujeres desnudas ni del conejo de playboy, sino de versículos de la biblia. Hay raras ocasiones en que el chofer oye musica de plancha, o romántica, o
Melodía Stereo, en contadas veces me he subido a buses donde se oye Radioactiva. Aún recuerdo cuando me subi a una buseta y el chofer iba oyendo Rammstein, fue una experiencia auditiva bastante curiosa. Pero volviendo a nuestro supuesto, en la emisora está Oxigeno, emisora especializada en el género que esté de moda, y por ahora es el turno del reggaeton.

Pero bueno, estamos llegando al feliz desenlace. Tras sortear una serie de trancones, el bus ha cruzado la primera de mayo. En las manos, va una galleta. Hace dos cuadras se desocupo una silla, y al fin nos sentamos. una pulga sube a nuestro traje subrepticiamente, pero no la vemos, estamos mirando por la ventana. Y luego revisamos el reloj, son las 8 de la noche. La mujer que al principio pago con el billete de 20.000 se levanta a reclamar sus vueltas, y usted por ese instinto de supervivencia revisa el bolsillo de su traje donde guardo las vueltas de su billete, en el bolsillo del pantalón. No encuentra más que la tela: le atracaron. Algún manos de seda se esmeró en ingresar a su bolsillo y llevarse como recuerdo el dinero de las vueltas. Inmediatamente revisa el bolsillo interno del saco, afortunadamente el celular sigue ahí. La billetera va en el maletín, está en su sitio. Su mente hierve de rabia e indignación, y la música estridente no ayuda a calmarlo. Lo robaron, que se le hace. El universo no podía dejarlo ir indemne.

Allí esta, el local de Alfa, antes del Puente de Venecia. usted se levanta y sortea a unos cuantos pasajeros, y llega no sin algo de dificultad a la puerta, el chofer estuvo recogiendo pasajeros otra vez. Las 8 y 20. Timbra, y el bus se detiene justo donde usted lo necesita. No por consideración a sus desgracias, sino porque en la bomba de gasolina de la 68 con autopista hay una multitud de gente que se va a subir, a iniciar su padecimiento. El bus no lleva más de la mitad de su recorrido.
La puerta se abre y usted, rápido como una gacela, baja de un salto por la puerta. La dama del billete se baja, usted como un caballero recuerda que debe ayudarla a bajar. Detras viene la viejita que pidió que cambiaran el billete de 5000, ella pone un pie en el suelo y el chofer arranca con brusquedad, y la anciana va a parar a sus brazos doloridos. La gente le grita: "Oiga infame, ¿es que la va a matar?", pero el chofer sigue como si nada, blindado por su cabina, su emisora y su velocidad. Un Policía de Transito ve la escena, pero no se mueve. La anciana se disculpa y le dice, a manera de colofón: "Busetero tenía que ser el indio ese". Usted se despide, y emprende la caminata de 2 cuadras a la casa.

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Se supone que con la implementación del Sistema Integrado de transporte, que incluirá Metro (si es que alguna vez se construye), Transmilenio (si es que le siguen invirtiendo), y Tren de Cercanías (si es que se implementa) estas escenas no serán más que parte de anecdotas del pasado. Pero viendo como va Transmilenio, sería acertado pensar que esto se volverá a vivir, con la única diferencia de que las paradas no serán donde la santa madrecita del conductor, sino en estaciones programadas. Sin música, pero con el mismo manoseo, incomodidad e incultura de esta escena capitalina que acabo de pintar. Tal como pasó con los buses ejecutivos, con las busetas, los microbuses, y demás intentos de transporte urbano capitalino.

martes, 3 de agosto de 2010

El fin de los Cebolleros, parte 1


Primero que todo, para quien lea y no sepa, un cebollero era un bus, enorme, de modelos entre los años 50 y 60, que empezaron a popularizarse en los 70 y que aún seguían funcionando en estos tiempos modernos del 2010. Eran mucho más económicos que otros buses, incluyendo el Transmilenio, ya que un viaje podría estar desde los 900 pesos en adelante, sobretodo en horas pico. Pero, junto a esta aparente ventaja, había un mundo de desventajas y situaciones que lo convertían en la última opción, el bus que uno cogía cuando no tenía para transportes algo más cómodos.

Primero que todo, el aspecto del bus. Es un bus viejo, destartalado, con latas peladas y oxidadas, llantas lisas, y las partes que aún llevan pintura son de todos los colores, según la empresa transportadora. Algunos tenían una pequeña ventanita sobre la del conductor, donde ponían la ruta, que se cambiaba con alguna perilla en la cabina del conductor. Y junto a esta, o en su lugar, se ponían en la "ventana del copiloto": una lámina de triplex pintada con colores chillones, que daba cuenta de los principales sitios por donde pasaba este folclórico transporte.

Entonces, volvemos a la calle: Imagine usted que está en la calle 100 con 15, bajo una lluvia torrencial, son las 6 pm y como usted, hay mil y un personas esperando transporte. Imagine que usted vive en Venecia, en la calle 68 con Autopista Sur. Y bajo la lluvia, las luces delanteras de los afortunados con carro propio lo deslumbran y le impiden ver buses algo más contemporáneos,
que cubren la ruta que lo necesita. Imagine que pasa un taxista a toda mecha, y usted, que por andar viendo si llegaba la buseta, se paró demasiado en el centro de un gran charco causado por una alcantarilla tapada. Imagine cómo lo lavan de pies a cabeza en esa agua llena de todo el mugre que pueda haber en esta ciudad, y el traje queda para despacho inmediato para la lavandería. Usted recuerda cariñosamente a la madre del taxista por unos minutos, hasta que ve aquella combinación de colores que lo llena de ánimo, pero que a la vez lo desanima: Pte Venecia/Directo 68, un cebollero modelo 70, y cuyo interior es un misterio insondable pero previsible: va hasta las tejas. Desesperad@, extiende usted la mano para hacer que el bus se detenga.

Entonces, pasamos al abordaje. Si, al estilo pirata, esa ruta no solo le sirve a usted, le sirve a la mitad de las personas que están paradas a su lado, a la caza de transporte público. Hombres y
mujeres pasan del orden al caos, se abalanzan sobre las dos puertas del cebollero. Si, las dos, el conductor, a quien analizaremos más adelante, abre tanto la puerta de entrada como de salida, para que entre el mayor número de personas posible.

Aquí no existe caballerosidad, urbanidad, ni demás sinónimos. Los hombres saltan sobre la puerta, las mujeres, muchas en falda, tienen que dar saltitos para subir a la buseta. algunos afortunados logran llegar al pasillo, otros quedan en las puertas. Y este es el sitio más peligroso donde pudiera quedar uno: los conductores rara vez cierran la puerta, para absorber como si fueran aspiradoras a cualquier pasajero que se vea en la necesidad de llegar pronto a casa.

Bueno, hemos subido al bus. Pobres aquellos que quedaron fuera del aparato, tendrán que enfrentarse en otro combate cuando llegue el proximo. Pero pobres de aquellos que lograron subir.

Quedamos en la máquina registradora, un aparato al estilo de los que se ven en los parques de diversiones (los viejos) para regular la entrada de personas, y llevar una cuenta. Muchos acceden
al pasillo, algunos pagan con el dinero exacto, otros entregan billetes grandes y se quedan esperando las vueltas. Una mujer, que tras la registradora dedica por lo menos 5 minutos a buscar el pasaje dentro de su bolso (tema que tocaremos otro día, es un microuniverso) entrega al atareado chofer un billete de 20.000. La respuesta del conductor, es siempre, o casi siempre la misma: espere un momento y ya le doy las vueltas. La mujer se ubica en un rincón, cerca de la cabina del conductor, a la espera. Otros, que ya recibieron el cambio, lo verifican, el tráfico de billetes falsos en un bus es el más grande que pueda haber. Una viejecita dice al conductor, tras mirar y remirar su billete de 5.000: señor, me lo puede cambiar? El conductor, bien puede despacharse con groserías a la anciana, bien puede recibir huraño el billete y cambiarlo por otro menos dudoso.

Entonces, sacamos el dinero que habíamos alistado previamente, y lo dejamos en la cazoleta del dinero. Y es aquí cuando hacemos una pausa y analizamos la cabina del conductor.

Una cabina de conductor es un recinto variable, tanto como conductores y buses haya en el mundo. las hay básicas, como la de la foto.
Hay otras, llenas de colores, con imágenes de la Virgen del Carmen, el Niño Jesús del 20 de Julio, emblemas del equipo favorito del chofer, tigres, caballos, aves, perros, personajes de Disney, de la Warner, oraciones, el nombre de los hijos del conductor, dibujos desde inocentes hasta otros subidos de tono, en todas las combinaciones posibles. La barra de cambios va forrada en terciopelo o tiene la forma de un peluche, por lo
general un perro sentado. Sobre el motor va una cajita donde clasifica las monedas que recibe, y un gancho para los billetes. En el techo, puede ir desde el simple metal hasta forros de cuero acolchado, cajitas de pañuelos, luces, aromatizantes (uno popular era uno llamado "La Chica Fresita", no tiene que ver con Strawberry Shortcake, sino que es una hoja con un dibujo de una mujer rodeada de fresas, y que se supone debe dar ese olor a la cabina. Hay pequeños equipos de luces que se encienden cada vez que el bus frena, hay vitrinas con carritos de colección e imágenes de santos (la Virgen del Carmen y el Divino Niño, los más populares entre los conductores). Les debo una foto de una cabina de este estilo, hay que verlas.

Y bueno, muchas de estas cabinas van encerradas por paredes de vidrio y contrachapado, dejando como único contacto con el conductor un vidrio con huequecillos redondos y una cazoleta donde se deja el dinero del pasaje. Los robos en estos buses son pan de cada día, y los conductores poco a poco se han blindado para evitar perder el producido o la vida.

Y ahora pasamos al personaje rey de este gabinete: el chofer. Lo hay de todo tipo, desde algunos pocos civilizados y educados, hasta los ñeros a los que no se les discute, so pena de resultar muy herido. Los hay de todos los calibres, desde el delgado hasta el orgulloso propietario de una barriga alimentada por el sedentarismo de su profesión y la cerveza; los hay con todas las vestimentas, desde los pulcros y uniformados hasta aquellos que van con camiseta de manga sisa, pantalón viejo y roto, cubiertos de grasa, sudor y mugre, exhibiendo descaradamente una axila que por simple decoro no describiré pero que todos podemos suponer. Los hay bien hablados, los hay malhablados; los hay que conducen con suavidad, los hay que conducen como si con ello se desquitaran del mundo por ser injusto. Los hay que respetan las normas de tránsito, y los hay que coleccionan partes y multas como si fueran las láminas del album del mundial. Los hay que reunen las primeras características de cada frase, son los más escasos; los hay que reunen solo las segundas, el arquetipo de chofer de cebollero. y en nuestro delicioso supuesto, a usted en su bus le tocó uno de los últimos. Uno de los que oye vallenato o reggaeton a todo volumen, moleste a quien moleste.

Y bueno, el hombre le ha dado rápidamente las vueltas. Hay que reconocer que estas personas tan particulares tiene una habilidad bastante extraña: son capaces de conducir un bus, parar a recoger pasajeros, abrir la puerta trasera para que baje alguien, recibir pasajes, dar vueltas, decir a la mujer que entregó el billete de 20.000 que espere que no le alcanza para devolverle sin quedarse sin sencillo, cambiarle el billete a la viejecita que dudó de su autenticidad, esquivar la mirada de policías de tránsito, y cambiar de emisora; todo a la vez. Muchos no pueden con todo y suelen tener ayudantes que se encargan del dinero, pero en este caso, toco un habilísimo hombre orquesta al volante. Yo no podría hacer tantas cosas juntas, me enloquecería.

Pero bueno, volvamos al viaje. Recibe usted sus vueltas, pero no puede pasar más allá de la registradora: el bus, como sabíamos que sucedería, viene lleno. Hasta las tejas.

(La segunda mitad, más tarde)



martes, 22 de septiembre de 2009

Un concierto de Metal en Colombia

Pertenecer a una tribu urbana en Colombia no es tan fácil como lo pintan. Y menos a una de transfondo "oscuro", como el metal. Como en toda sociedad, se tiene que enfrentar uno al desconocimiento y el rechazo de una sociedad modelada a la imagen y semejanza de los ideales divulgados por la televisión, y la evidente y obvia presión de esa sociedad por hacer que uno se meta en el molde establecido.

Cuando uno es joven, uno busca saber quien es, y busca definir su posicion frente a la vida y el mundo. y cuando la sociedad convencional no llena las expectativas, se llega a las tribus urbanas. Y cada una explora un concepto diferente. Los góticos buscan explorar y no ocultar la tristeza y el lado oscuro de la vida, los punk buscan liderar un cambio de la sociedad hacia una más igualitaria y anárquica, los skinheads...se dividen en 2 ramas: los "normales", que creen en la supremacía racial, y los SHARP, que predican todo lo contrario. Y ambos se unen en el uso de la violencia para imponer sus metas. Están los emos, los raperos, los hip hoperos...y los metaleros.

Lo primero que define a un metalero es que escucha metal. Heavy metal, black metal, power metal, trash metal, metal al fin y al cabo. Y como todo grupo urbano, suele tener una vestimenta y una actitud que los diferencia y permite identificarse. Ropa rigurosamente negra, muchas veces con los emblemas de las bandas favoritas. Ceñida al cuerpo. Pelo largo por lo general. Y una actitud hacia la vida de no creerse lo que le ponen por delante en los medios, y de buscar lo que hay más alla.

Logicamente, no faltan los posers, muchachos que se meten al metal por creerse malos, por llamar la atención, por caerle bien a alguien, por levantarse una novia. Pero eso ya son casos aparte.

Y como el metal es algo diferente, agresivo, frenético, libre, se tiene que enfrentar a todos los prejuicios que la sociedad ha creado. Y una buena muestra de esto son los conciertos. Si ustedes observan la planificación de un concierto de metal y uno de, por ejemplo, vallenato o reggaetón, verán que hay más anillos de seguridad, más requisas exhaustivas, y muchas veces, más malos tratos y arbitrariedades de la policía hacia los asistentes. Para la muestra un botón: En un concierto de la agrupación Rata Blanca, de Argentina, que se hizo un jueves, los de la policía decidieron que nadie que llevara maletas podría entrar. Como era un jueves, muchos (entre ellos yo) llevabamos una maleta porque habíamos salido de la Universidad, o del trabajo, o del colegio, etc, y la gran mayoría de las que llevabamos maleta eramos mujeres. Y he aquí que la policía se saco esa regla de la chistera, porque tras una revisión del contrato impreso en el respaldo de la boleta, no se hablaba nada de maletas. No entrar cámaras, no entrar borrachos, lo normal, pero nadie prohibia las maletas. Y que como la policia no dejaba entrar maletas, entonces mas de la mitad de la gente se iba a tener que quedar por fuera. Nunca, en ningun concierto, habían hecho una prohibición más ridícula.

Obviamente, todo el mundo arrancó a hacer reclamo. Unos más educados, otros no tanto. Y otros más atrás empujaban a los de adelante para entrar. Mi papá (porque tengo un papá metalero, despues les cuento) se agarró con fuerza a las rejas y no dejo pasar a nadie, mientras que le decía a la policía que estaba ahi que el no podía entrar y dejarnos a mi hermana y a mi por fuera. Y a el se le unieron el novio de mi hermana en ese entonces y otro grupo de muchachos, que también se resistieron a dejar entrar a los demás. Y se le veían unas ganas a la policía de echarnos al camión...

Finalmente entraron en razon y nos dejaron entrar. Quizas fuera pereza de hacer bien su trabajo y requisar las maletas. O simple gadejo (ganas de joder). Entramos, ellos medio revisaron las maletas, y gracias a los Dioses disfrutamos de un buen concierto.

Otra cosa es en los conciertos grandes. Para evitar que haya consumo de drogas (si, lo acepto, no somos santos), nos hacen entrar descalzos, con los zapatos y las medias en la mano. Poco falta para que nos hagan entrar desnudos.

Si, no somos santos, somos agresivos, algunos consumen drogas, pero no somos los criminales que nos hacen parecer. En otros conciertos, de otros generos, entra mas gente, se requisa menos y se consumen mas drogas, hay peleas, heridos, cosas que no se ven en un concierto de metal. Señores, si leen esto en alguna ocasion, tengan en cuenta que el tigre no es como lo pintan.

La Urbanidad de Carreño está...con Carreño.

Hace mucho tiempo era obligatorio en los colegios la enseñanza de las normas de urbanidad y las buenas maneras, y el texto elegido era la famosísima Urbanidad de Carreño. Y ay de aquel niño que cometiera una falta de urbanidad, ya que muchas veces un doloroso coscorrón o un pellizco eran el castigo para semejante ofensa. Eran tiempos en que un sacerdote, un superior eran saludados con deferencia, una mujer embarazada era muy tenida en cuenta, un anciano y su consejo eran respetados.

Pero como la sociedad fue cambiando, y se decidió que todas esas normas de comportamiento estaban convirtiéndose en lastres del pasado, la gente dejó de practicarlas, y en los colegios dejaron de enseñarse (con contadas excepciones, que cada vez eran mas contadas). Se buscaba, supongo yo, una sociedad más natural, sin tantos formalismos ni acartonamiento.

Y eso está bien, yo soy de las que cree que tanta rigidez no es necesaria. El problema, es cuando se pasa al otro extremo y ya no se respeta absolutamente nada. Eso es algo que se ve todos los días en los buses, cuando se sube una anciana, un discapacitado o una embarazada a un bus lleno hasta el techo y nadie, absolutamente nadie es capaz de cederle el puesto. Y lo peor de todo, es que los que van en las sillas son jóvenes, llenos de salud y vitalidad.

Antes de que me digan nada, si no se me adelanta nadie y si voy sentada, yo le cedo el puesto a aquellos que lo necesitan más que yo.

Otras veces, muchos jóvenes ya no saludan ni piden nada con un minimo de decencia, sino que se largan a madrazos cuando quieren algo y no se les da inmediatamente. Y ni hablar de cualquier intento de corregirlos, o calmarlos.

Y así se podría seguir, pero esto se volvería una aburridora lista de groserias. Y todo el mundo conoce al menos uno o dos casos de esta falta de educación, si no es que han visto más. Poca gente aplica estas normas básicas de comportamiento, que aunque no fueran la gran cosa, si ayudaban a hacer más amable la vida de todos. Hace años que dejó de hablarse de urbanidad, y por eso digo que la Urbanidad de Carreño está...con Carreño.

Pero no todo es tan caótico. En muchos colegios, sobretodo los privados, se ha visto un interés en corregir esta tendencia y recuperar, al menos en parte, ese civismo que había antes entre la ciudadanía. Y ha sido un renacer de la urbanidad, aunque ajustada a las características de esta sociedad globalizada de hoy. Por tanto, Carreño no perdió del todo la pelea.

Presentación

Hola.

Esta es una idea a la que llevo dándole vueltas desde hace ya un buen tiempo en mi cabeza, y hasta ahora me atrevo a darle alguna forma. Es la primera vez que escribo algo para publicarlo, y espero que les gusten mis escritos.
La temática será bien variada, y obviamente será sobre todo aquello que he visto, veo y veré acerca de esta ciudad que es Bogotá, y de su gente. Tal y como lo ve alguien de a pie, sin pretensiones literarias ni sociales, en un idioma sencillo.
Un saludo